Hace ya unas semanas por fin logré ver (logramos, más bien, ya que fui con Vic, Mañik y dos amigos) “Ciudad de Dios“. No sé si estaréis familiarizados con el caso, pero hay películas que parecen malditas porque no hay manera de verlas y parece como si todas las casualidades del mundo se pusieran de acuerdo para conseguirlo. No es el caso de enumerar los porqués pero lo cierto es que esta película se me había escapado una vez tras otra primero en el cine (que me la quitaron sin que fuera a verla) y después en el videoclub (que parecía que todo el mundo se ponía de acuerdo en alquilarla justo cuando iba yo). El caso es que por fin la vimos en una sesión gratuita en la Casa de las Culturas de Zaragoza (gracias Lorena por el aviso) y yo diría que no se dejaba ver porque requería un escenario idóneo y ninguno mejor que el que tuvimos.

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Dirección: Fernando Meirelles.
Codirección: Katia Lund.
País: Brasil.
Año: 2002.
Duración: 135 min.
Interpretación: Matheus Nachtergaele (Sandro Cenoura), Seu Jorge (Mané Galinha), Alexandre Rodríguez (Buscapé), Leandro Firmino da Hora (Zé pequeno), Phellipe Haagensen (Bené), Jonathan Haagensen (Cabeleira), Douglas Silva (Dadinho), Roberta Rodríguez Silvia (Berenice), Gero Camilo (Paraíba), Graziela Moretto (Marina), Renato de Souza (Marreco).
Guión: Bráulio Mantovani; basado en la novela de Paolo Lins.
Producción: Andrea Barata Ribeiro y Maurício Andrade Ramos.
Música: Antonio Pinto y Ed Côrtes.
Fotografía: César Charlone.
Montaje: Daniel Rezende.
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Lo primero sorprendente de esta película es que en el año 2003 fue una de las nominadas a mejor director en los Óscars y no sólo eso, sino que consiguió tres nominaciones más a mejor fotografía, guión adaptado y montaje). Un dato muy curioso teniendo en cuenta que la película no había entrado en el quinteto de favoritas a mejor película extranjera el año anterior. A parte cuenta con un buen puñado de premios internacionales, ganó el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa el año pasado y tiene ganada a la crítica y al público de medio mundo (si miráis en el ránking de la imdb figura entre las veinte mejores películas de todos los tiempos según la votación de los internautas). Vamos, con ese curriculum, uno debe ver esta película, pero eso no es todo, lo mejor es que no defrauda, sorprende, deslumbra y te deja absolutamente boquiabierto. Creo que no exagero nada si digo que es una de las mejores películas que he visto en los últimos cinco años.

Para que os hagáis una idea de qué trata sin destriparos el argumento os diré que se centra en las favelas de Río de Janeiro a partir de la novela escrita por Paolo Lins y retrata con toda crudeza la situación que se vive en los barrios pobres de Brasil siguiendo a varios personajes desde la década de los 70 hasta la actualidad. Cinematograficamente me recordó al mejor cine de Scorsesse y en especial a títulos como “Uno de los nuestros” o “Casino” ya que a partir de un personaje principal se recrea con toda su complejidad un microcosmos muy complejo en el que diversas historias se entrecruzan afectándose unas a otras.

Probablemente las características más reseñables de “Ciudad de Dios” son su compleja estructura narrativa, su imaginativo estilo visual y su impacto en el espectador gracias a su acertada disección de la realidad que pretende mostrar. Es una película muy trabajada, muy bien estructurada, filmada, montada y dirigida, pero a pesar de su complejísima elaboración cinematográfica lo que se ve en pantalla no resulta postizo o elaborado sino directo, realista y espontáneo de tal forma que el espectador medio de pronto se encuentra inmerso en el mundo de las favelas e impactado por lo que ve, que le resulta violento y descarnado pero sin duda verosímil. En cierto modo, por lo que pretende conseguir, me ha recordado esta película a “La virgen de los sicarios” de Barbet Schroeder, pero ésta es mucho mejor, mucho más incisiva, mucho más directa, mucho más impactante.

Me ha impresionado y de qué manera el saber que esta película está basada en hechos reales y que, efectivamente los lugares de los que habla existe y son tan o más peligrosos de lo que se nos explica ya que de hecho, los directores, Fernando Mereilles y Katia Lund, renunciaron a filmar en la verdadera “Ciudad de Dios” porque era algo extremadamente peligroso. Esto te hace pensar que, en general en el mundo de occidente vivimos mucho mejor de lo que creemos y que hay auténticos infiernos en la Tierra provocados por las desigualdades, la incultura, la marginalidad y la pobreza. Esto me parece uno de los mayores logros de la película: conciencia al espectador que la ve y da que pensar, obliga a meditar que hay una realidad que está ahí y que quizás sea imposible solucionar dada la sociedad actual. Es decir ¿cómo juzgar a quien sólo trata de sobrevivir?

Como obra cinematográfica estamos ante una película excepcional con una planificación admirable y un trabajo descomunal. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que es francamente difícil atar todos los cabos argumentales tal y como se hace en “Ciudad de Dios” y que rara vez nos sumergimos de una forma tan rotunda en una película tan compleja. En realidad es un gran puzzle audiovisual repleto de personajes, tramas y subtramas y piezas argumentales que parecen no encajar pero a las que, de pronto, les encontramos el lugar en el conjunto. La acción va y viene, la historia se apresura hacia el final o regresa al principio, el foco de atención va cambiando de personajes y sin embargo la atención y el interés va creciendo, quizás también por eso mismo, porque te obliga a no perder el hilo e ir atando cabos. Como espectador se te da una oportunidad única, la posibilidad de adentrarte en un mundo que no es el tuyo y espiar sin ser detectado todas las tropelías que tienen lugar en la favela y vas juntando piezas hasta tener la definitiva visión de conjunto que se tiene al final. Con pocas películas se tiene esta sensación de viaje a otra realidad y otro mundo.

El argumento y los personajes tienen además un cierto poder hipnótico porque te atrapan por completo y no uno, sino todos ellos. Ninguno es un mero estereotipo, todos tienen “alma”, en todos identificas sufrimiento, ambición, temor o mero instinto de supervivencia. En realidad el protagonista es un mero espectador, es el medio que tenemos como espectadores de presenciar lo que esta película nos ofrece, nos identificamos con él, pero en este caso no es él quien atrapa nuestra atención, sino lo que ve. El verdadero protagonista de esta película es el microcosmos que se nos muestra con todos sus ingredientes y todos sus participantes. Cada personaje, cada pequeño suceso cobra un interés especial simplemente porque matiza la impresión que vamos haciéndonos con el conjunto y lo curioso es que no identificas buenos y malos de una manera absoluta, sino que entiendes que es la casualidad, las circunstancias y el entorno los que convierten a unos y otros en individuos o sucesos comprensibles o desdeñables. Muy interesante porque te obliga a comprender antes que a juzgar.

Por otro lado la película es de una factura muy moderna que apuesta por una nueva forma de entender el cine en la que no hay cabida para los recursos tradicionales y en la que el espectador debe tomar parte activa para interpretar lo que ve y darle sentido. La cámara es inquieta, se esconde en lugares insospechados o busca las perspectivas más insólitas, acelera la imagen o la congela y todo ello no de una manera caprichosa como en muchas de las películas que vemos, sino con un sentido expresivo, para que el narrador nos explique algo que no queda claro o para sobredimensionar lo que vemos y a pesar de ello no se pierde ni un ápice de sensación de realismo.

En suma, y por no alargar demasiado lo que simplemente es mi impresión, una película grande como pocas, de esas que se dice que son más grandes que la vida misma y con las que notas que ha habido un antes y un después de su visionado. Os la recomiendo efusivamente y sé que no os va a defraudar. Eso sí, estad preparados para viajar a la pesadilla del tercer mundo con toda su crudeza.