En el mundo occidental la Historia, entendida como la disciplina que estudia los acontecimientos que han sucedido a lo largo de los años y narra el pasado de las sociedades humanas de acuerdo con los testimonios materiales, escritos o personales, es endogámica. Y egoísta. Se ignora, de forma consciente e inconsciente, que en África, Asia y América también sucedieron cosas que merecen ser recordadas.

A lomos de camellos,
a lomos de caballos,
saliendo de la nada,
con nada entre las manos,
así llegaron.
Con la fe como espada.
con la verde bandera,
y la limpia mirada,
así llegaron.
¿De dónde habían salido?
Del lejano pasado,
de la triste derrota,
de la muerte y el llanto.
Y van de nuevo camino
de más muerte y más llanto
pues apenas son treinta
y ellos son demasiados.

image1Sobre la Historia, con H mayúscula.
El dedo acusador señala a los EE.UU., cuyos libros de historia empiezan con los peregrinos del Mayflower del 1620, pero en las aulas de la mayoría de países de Europa no se explica cómo vivían los pueblos precolombinos antes de la llegada de los conquistadores españoles, quién era Qin Shi Huang reconocido como el Primer Emperador de la China unificada, que hubo un imperio Songhay en el oeste de África desde el siglo VII o que en Japón hubieron tres shogunatos distintos durante el segundo milenio. La historia, una ciencia que tiene como objeto de estudio el pasado de la humanidad y cómo afectan los hechos precedentes a los acontecimientos posteriores, cojea. El mundo occidental, que ondea con orgullo la bandera de la globalidad, se mira el ombligo y se olvida que la historia sucede simultáneamente en todas partes. La historia antigua se enseña como un solo hilo cuando, en realidad, son muchos hilos paralelos que en ocasiones se entrecruzan. Es un error imperdonable ignorar que, mientras Europa vive la riqueza cultural del Renacimiento, el rey Pachacútec funda el Imperio Inca o que China es la primera potencia marítima del mundo, como evidencian los siete viajes de Zheng He al sur de Asia y África. Es el pecado de Occidente, nuestra ignorancia como sociedad, olvidar que no estamos solos. Nuestra historia es el reflejo de nuestra actitud.
La Historia, la Antigua y la Moderna, es un conjunto heterogéneo de hechos que se cruzan y mezclan a través del tiempo, formando una unidad global y coherente. Por mucho que se esfuercen los teóricos en desgranarla en periodos, fases o épocas, como el Helenismo, las invasiones bárbaras, el Siglo de las Luces o el Renacimiento. Por fortuna la historia contemporánea ya no adolece de este defecto porque la globalización del siglo XX, favorecida por los avances en los sistemas de transporte, de información y de comunicación, sí que convierte la Historia Moderna en mundial, global y conjunta.

Una región esencial en la historia de la Humanidad es Oriente Medio, Ash-sharq-l-awsat según los árabes, las regiones comprendidas entre el mar Mediterráneo, el mar Caspio, el mar Negro, el golfo Pérsico y el río Indo. Sin ir más lejos, los científicos ubican en esta parte del planeta el origen del hombre, los primeros restos de homínidos evolucionados, las primeras ciudades (las sumerias Ur y Uruk) en el quinto milenio antes de Cristo o culturas primigenias como la mesopotámica. Pero los libros de historia en nuestro país apenas le dedican un par de capítulos y alguna mención breve. Un extenso espacio dedicado a Egipto, cuna de faraones, y un capítulo para el nacimiento del Islam. Del resto, pinceladas donde sólo se explican esos hechos relevantes que influyen directamente sobre Europa, como las invasiones persas, la expedición de Alejandro Magno a Oriente, las guerras en Tierra Santa,… Se menciona a Akhenaton, a Mahoma, a Saladino, a Jerjes o a Ciro pero se ignoran nombres tan indispensables como Tamerlán en el siglo XIV, Abás el Grande o Abdul Aziz Ibn Abdurrahman Al Saud, Saud “El Leopardo”.

De la Historia a la novela, y de la novela al cómic.
Las estadísticas dicen que vivimos en el país que menos lee de Europa y, si te digo la verdad, lo comprendo. Los niños entre 10 y 12 años no leen porque en el colegio, como lecturas, suelen ponerles unos libros que son un tostón para su edad. La cosa sería bien diferente si las  primeras lecturas fueran de aventuras, los libros que yo leí de pequeño.” Alberto Vázquez-Figueroa.

La literatura contemporánea española tiene a sus doctos maestros sentados en la Real Academia de la Lengua, apoltronados en sus mullidos sillones sin pasión, ajenos al mundo contemporáneo y a sus cambios. Severos escritores de larga trayectoria defendiendo sus arcaicas visiones de la literatura y alejados de la realidad. No es necesario darles nombres y apellidos, pero los rostros nos vienen a la memoria con claridad y viveza. Pero el prolífico escritor canario Alberto Vázquez-Figueroa (Santa Cruz de Tenerife, 1936) es distinto. Aventurero, periodista, cazador, buceador profesional, Alberto Vázquez-Figueroa es uno de nuestros autores más prolíficos. “Ébano”, “Yaiza”, “El Inca”, “Manaos”, “Viracocha”, “Tuareg”, “Cienfuegos”,… Es el escritor que más libros ha vendido en castellano, y por ello no se le considera “digno” de los círculos más selectos. Ser popular es su pecado.
En sus libros no se respira el aire estancado de las habitaciones polvorientas de aquellos escritores que presumen de larga trayectoria en la Alta Literatura sino que Vázquez-Figueroa nos regala aventuras, emociones y viajes como lo hicieron antes Salgari, Verne, Dumas o Stevenson. Su literatura no es presuntuosa sino que es desenfadada y entretenida. Sus líneas escritas recorren la selva, los desiertos y los océanos. Y con “Saud el Leopardo” a finales del año 2008 regresa a las arenas ardientes de Oriente Medio para novelizar la vida de Abdul-Aziz Ibn Saud (Riad, 1876 – Taif, 1953), primer rey del estado de Arabia Saudí.
Abdul-Aziz Ibn Saud pertenecía a la familia Saud, tradicionales señores del país interior de Nejd y de la ciudad de Riad, seguidores del movimiento islámico de la Salafiyya desde el siglo XVIII que, desde el año 1890, tuvo que exiliarse en Kuwait después de que sus tierras fueran conquistadas por la dinastía rival Al Rashid, con el apoyo del Imperio Otomano. En la primavera de 1901, logró reunir con el apoyo de varias tribus árabes con la intención de recuperar las tierras de origen de su familia. Y con sólo veinte hombres atacó la capital Riad una noche de Enero de 1902, consiguiendo dar muerte al gobernador de la familia rival Rashidí. Era el principio de una larga campaña que finalizaría en 1922, cuando consiguió derrotar definitivamente a los Rashidi.
Publicada por Ediciones B, y también disponible para descargar de forma gratuita en Bubok, “Saud el Leopardo” muestra la eterna fascinación del autor criado en el norte de África por el desierto y las culturas nómadas. Y por los héroes épicos a los que la historia guarda un espacio para persistir. En “Saud el Leopardo” Vázquez-Figueroa nos muestra a un joven, de apenas veintiún años, que se propone recuperar el reino de su padre con la ayuda de una treintena de fieles. Una utopía, una aventura condenada al fracaso, pero que el caprichoso destino iba a permitir.
El conocimiento de Alberto Vázquez-Figueroa de las culturas nómadas del desierto sirve para explicar la historia de una nación forjada con las ansias de libertad, progreso y respeto por sus tradiciones. Y el desierto, su cuna. El santuario de los valientes que saben ver entre la arena, sufrir, esquivar a sus enemigos incapaces de penetrar en él y resurgir fortalecidos de entre sus dunas.

Sobre el cómic, y de nuevo a la Historia.
En ese sentido de intentar llegar al lector, el cómic es fabuloso y más cuando el dibujo es de gran calidad como el de Paco Díaz. El cómic junta dos de mis grandes pasiones: la literatura y el cine. La verdad, el cómic debería entrar en la escuela como herramienta didáctica. Es muy bueno para los más pequeños y lo disfrutamos los mayores. Es una gran cultura un tanto olvidada en España.” Alberto Vázquez-Figueroa.

La historia del cómic se inicia en 1901, cuando Saud se propone recuperar el reino de su padre con la ayuda de una treintena de fieles, tras pasar la infancia exiliado en Kuwait, y concluye cuando se hace con el control de la zona costera de El Hassa, con la que consigue conexión marítima para sus territorios. La obra ignora la larga infancia en el exilio de Kuwait, y también hechos posteriores tan trascendentes como la conquista de la ciudad de La Meca en 1925, terminando con casi setecientos años de dominación Hashemita de los santos lugares del islam. O cuando se autoproclama rey de Arabia Saudita, con el apoyo del gobierno británico, en 1932. O cuando, a partir de 1933, se descubrieron en tierras saudíes yacimientos colosales de petróleo que convirtieron una tierra yerma, de desiertos de arena, en la rica nación que es hoy. Y el cómic también elude mencionar el papel de los británicos en la reconquista de Saud, al que financiaron y apoyaron de forma explícita.
La historia de Abdul-Aziz Ibn Saud, épica y de un altísimo interés histórico, no desluce nada en manos de Francisco Díaz Luque, dibujante mallorquín conocido como Paco Díaz y habitual del cómic de superhéroes norteamericano, de Marvel y DC (“XMen”, “Wonder Woman”). Junto a él, para dar el brillante toque final, la tinta de Guillermo Ortego y el color del mallorquín Tomeu Morey. Como dicen sus autores, “no es un álbum francés, no es comic popular, de superhéroes o manga, es algo diferente”.
Y aunque la editorial, Panini Comics, y el dibujante, Paco Díaz, nos remiten inevitablemente a los cómics de superhéroes, “Saud el Leopardo” ofrece una estructura austera, sencilla, de composición casi convencional, con muchas viñetas y bien ordenadas (hasta una docena por página). Con ochenta páginas condensa el ascenso al poder de Ibn Saud desde el exilio, algo atropelladamente, con alguna omisión como hemos comentado con anterioridad pero, en general, con criterio y orden. El dibujo es limpio, y nos regala gallardos protagonistas y bellas damiselas. Musculosos ellos, y de aspecto más europeo que árabe. Delicadas y exuberantes ellas. Una debilidad que se arrastra en todo el cómic: los buenos son muy buenos y los malos, muy malos. Pero siempre se ha dicho que la Historia la escriben los vencedores, y nadie en su sano juicio elevaría a la eternidad los logros de sus enemigos ni de aquellos que les apoyaron. Los enemigos caídos, los tiranos derrocados, los rivales vencidos debían encarnar todas las maldades y todos los defectos para poder otorgar, con justicia divina, el honor de ocupar un capítulo en los libros de Historia a quienes prevalecieron.

Ondeando al viento al frente de la treintena de caballos y camellos que avanzaban sobre la interminable llanura, destacaba una bandera verde sobre la que campeaban dos espadas y una leyenda en caracteres árabes: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”.
Y junto a la bandera, a la cabeza de un puñado de orgullosos jinetes de rostro decidido que no parecían sentir ni calor ni cansancio, se distinguía, destacando sobre todas, la imponente figura de un hombre de dos metros de estatura, delgado, ágil, musculoso y fuerte, de nariz recta, profundos ojos negros e imperativos ademanes, Abdul-Aziz Ibn Saud, primogénito de la casa de Saud, descendiente directo de una hija del santo Wahab, y nieto del glorioso rey del Nedjed, Saud el Grande.

Saud el leopardo.
Guión: Pepe Caldelas (adaptando la novela de Alberto Vázquez-Figueroa)
Dibujo: Paco Díaz
Tinta: Guillermo Ortego
Color: Tomeu Morey
Editorial: Panini Comics
Formato: 18,5×27,5cm. Cartoné. Color.
Páginas: 96
Precio: 14,95 euros